lunes, 23 de mayo de 2016

Convivencia vegetativa en armonía: el injerto (I Parte)

Tejidos de dos plantas se fusionan
Siempre oí decir que mi madre tenía  mano santa para el injerto de rosas. De niño no comprendía bien tal elogio, pues mi visión del mundo vegetal solo se limitaba a distinguir en una sola planta flores de diferentes tamaños, colores y tonalidades.

Con el tiempo y el interés en saber más sobre el asunto me  llevó a conocer esa fascinante práctica.  Supe, por ejemplo, que es una técnica conocida desde la Antigüedad. Está documentado en China desde comienzos del I milenio a. C., y en Occidente, ya la Grecia clásica la conocían.


El griego Aristóteles describe con bastante detalle los métodos empleados en su época, y los escritores agrícolas romanos las documentan asimismo. Aunque el interés en la práctica continuó y se estimuló en el Renacimiento.

No sería hasta el siglo XVII en que Henri Louis Duhamel estudiase la función de los tejidos en el proceso de injerto, investigaciones continuadas por Hermann Vochting que sentaron las bases de los conocimientos modernos sobre el asunto.

A partir de los años 1920 se cuenta con descripciones científicas del injerto en púa, y a partir de los '50 se popularizó en cucurbitáceas y solanáceas. La extensión del cambium en éstas es la que parece favorecer su aplicación.

De manera general  injertar consiste en un método de propagación, en el cual los tejidos de una planta son fusionados con los tejidos de otra. Cuando se prenden rosas, una mata es usualmente seleccionada por sus raíces fuertes y saludables, y la otra, llamada vástago, resulta elegida por sus flores.

El tejido del vástago contiene los genes con los rasgos que el jardinero espera duplicar como resultado del proceso del injerto, como el color, la dureza y la fragancia. Injertar rosas no es difícil, pero por lo regular requiere paciencia y práctica. (continuará)

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