lunes, 12 de marzo de 2012

Las rosas más allá de la fragancia (I parte)

Hermoso regalo de la naturaleza
Hace más de veintisiete siglos la divina Safo coronó la rosa “la reina de las flores”. Según la propia mitología griega nació de una gota de la sangre  de Adonis, pero los antiguos turcos creían, por su parte, que había surgido de la sangre de la diosa Venus.

Acerca del origen, otras culturas afirman que la primera brotó de una gota de sudor de la frente del profeta Mohammed. Asienta la mística historia que Baco se enamoró de una bella ninfa y entretanto en una fiesta la persiguió por todo el jardín para conquistarla, permaneciendo su túnica sujeta de un zarzal de rosas y al rasgarse, dejó ver su belleza, lo que hizo que Baco como reconocimiento, la cubriera de rojas flores perfumadas.


Si bien es incierto su ascendencia, algunas fuentes sostienen que viene del Cáucaso o de las costas del mar del Caspio, lugar en el cual crece de forma espontánea. Posteriormente lo que queda claro es que se propagó y se aclimató perfectamente en todas las zonas templadas del planeta.

Sin embargo, el interés por esta beldad de la naturaleza no sólo provoca  la sensibilidad e inspiración de poetas y enamorados; lo es también para  naturalistas,  químicos,  fitoterapeutas y todos los que pretenden servirse de sus asombrosas propiedades.

En el mundo existen  setenta especies de rosales silvestres (gavanzos) de
las que unas cuarenta corresponden a Europa, de manera general se reconocen  unas 250 especies diferentes. Pero, las variedades cultivadas sobrepasan el millar, con una verdadera sinfonía de formas y  hermosos colores  de  púrpuras negros, rojos, amarillos y anaranjados radiantes, violetas, rubíes y zafiros como nunca se vieron en la corona de un emperador.

Obviamente sería imposible abordar en esta Sección cada una de las especies. Eso sí, vamos a referirnos en disímiles trabajos a las más conocidas en el universo. Y para comenzar  la serie ningún mejor ejemplar que la rosa roja: la rosa de Francia, "rose de Provins" o rosal castellano.

Por así decirlo, resulta la más esbelta, o en otras palabras el merecido calificativo soberano de  “la reina de las reinas.  A ella le han cantado los bardos, ha sido ensalzada en libros sagrados. Incluso hay quienes afirman que su fragancia sólo estaba reservada exclusivamente a los reyes.

La leyenda da cuenta de que varios ramos de rosas intactos fueron hallados en el sarcófago del faraón Tutankamón, depositados por la esposa del joven, hace más de treinta siglos, en muestra del infinito amor que sentía por el monarca egipcio.

Narran que un rico industrial tenía el hábito de echar en el agua de su baño varios puñados de pétalos de rosa (como era costumbre antes depositarlo en la cama de las recién casadas). Observó que poco a poco iban desapareciendo sus dolores reumáticos.

La rosa tiene múltiples propiedades. La infusión de sus pétalos (con agua o con vino), el vinagre rosado y la decocción de sus flores, utilizados como loción, son sumamente beneficiosos para el hígado, los intestinos y los nervios.

Hay una cualidad eminentemente “femenina” en el perfume de ellas y, de hecho, algunas de sus principales aplicaciones se refieren a un buen número de dolencias y trastornos específicos de la mujer. En la esfera genital, por ejemplo, actúa regulando sus funciones, contra los flujos excesivos de sangre y como reputado afrodisíaco.

Entre los ingredientes se encuentra el tanino, de acción astringente, y la esencia, a los que debe sus virtudes. Se dice que fue descubierta por casualidad en Persia, con ocasión de la boda entre la princesa Nour-Djihan y el emperador Djihanguyr.

Los jardines imperiales en esa nación del Oriente Medio se habían rodeado de un canal lleno de rosas, y el calor del sol hizo que el aceite se separara y saliera a flote, formando una especie de espuma. Al examinar algunos esta sustancia se dieron cuenta de su verdadera naturaleza y en dar el paso siguiente: obtener ellos mismos la esencia. (continuará)



No hay comentarios:

Publicar un comentario