lunes, 25 de diciembre de 2017

De Campeche, el canistel (I Parte)

Árbol del canistel cuajados de frutas
Mi infancia está muy asociada al campo. Aunque vivía en un pequeño pueblecito de Cuba, la chiquillada del barrio nos íbamos a las fincas cercanas a “liberar energía”, como aseguraban nuestros padres. En toda la campiña, no había sitio más preferido para jugar que las pobladas arboledas de entonces, llenas de frutales de todo tipo, desde los jugosos mangos hasta los frágiles ciruelos.

De la diversidad de árboles tropicales había uno cuyos frutos maduros nos hacían recordar la yema de huevo cocido: el canistel, y de ahí que coloquialmente en muchos lugares se le llame “fruto huevo”. Confieso el desagrado al paladar que me producía aquella masa, para mí sosa y falta de gracia. Sin embargo, la pulpa resultaba muy apreciada para embadurnarnos el  rostro y dibujar en la mejilla y la frente figuras al estilo de los indios apaches.


Mi aversión al gusto del canistel cambió ya de adulto, para ser más preciso, cuando lo probé en batido a raíz de una visita a la finca agroecológica El Pedregal, cerca de la playa de Rancho Luna, en la provincia cubana de Cienfuegos.

Aquí el profesor de la Universidad de Cienfuegos y propietario en usufructo de siete hectáreas de plantaciones, Wilfredo Padrón Padrón, se ha empeñado en fomentar el cultivo de frutas tropicales y subtropicales de poca presencia en Cuba, entre ellas la Pouteria campechiana, nombre científico de la susodicha. (continuará)

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